Autos&Viajes
El “bestseller” de los viajes en auto
TEXTO: Ana Bouzas FOTOS: Andrés Canet
El soleado estado de California posee uno de los atractivos más deseados por muchos: La legendaria costa oeste o Gold Coast, un paraíso natural sobre el que se dibuja de norte a sur la famosa Highway 1 (o Ruta 1 en criollo) que tuvimos oportunidad de recorrer a bordo un espectacular Chevrolet Camaro. Con 781 kilómetros de pavimento por delante, ideales para disfrutar de este verdadero muscle car americano, con potencia de sobra para utilizar los neumáticos como pincel sobre el asfalto, pasamos del bullicio urbano de Los Ángeles, las playas de Santa Mónica y Malibú, la colonial Santa Bárbara, los paisajes casi vírgenes de Big Sur y el cálido pueblo de Monterey a la alternativa ciudad de San Francisco.
Luego de disfrutar de unos días de la animada ciudad de Los Ángeles partimos en nuestro Camaro hacia San Francisco ansiosos por saber que es lo que nos depararía el camino. El viaje comenzó en las famosas playas de Santa Mónica, situadas a tan sólo 30 kilómetros del Paseo de la Fama en Hollywood, reconocidas mundialmente por ser escenario de grandes éxitos del cine y la televisión, y lugar predilecto de norteamericanos y turistas. Desde lejos divisamos el muelle de Santa Mónica con su famosa y gigantesca noria, el lugar más conocido y pintoresco de la ciudad, agradable para dar un paseo tanto de día como de noche, pero muy especialmente al atardecer cuando la puesta del sol se combina con la espléndida iluminación del Pacific Park, el pequeño parque de atracciones construido sobre el muelle, que enciende sus luces de colores para alumbrar la ciudad desde el mar. Hecho completamente de madera, fue el lugar que sirvió de escenario de la clásica película Forrest Gump, entre otros clásicos del cine. Junto a los juegos, conocidos restaurantes (entre ellos el famoso Bubba Gump) y varias tiendas de recuerdos hacen del sitio un lugar inigualable. Sobre el muelle un cartel indica que aquí culmina la legendaria Ruta 66, que une Chicago con Los Ángeles, lo que se traduce en un ir y venir de motociclistas por todo Santa Mónica.
A escasos metros del mar, la animada peatonal Third Street Promenade concentra todo el bullicio de la ciudad. Aquí una amplia variedad de restaurantes, cafés y tiendas de todo tipo se mezclan con artistas callejeros que ofrecen su música, sus cuadros, sus trucos o sus diferentes representaciones artísticas. Mientras algunos hacen compras o descansan en la playa, otros alquilan bicicletas, rollers o simplemente caminan bordando la costa hasta llegar a Venice Beach, balneario predilecto de skaters, artesanos, músicos, artistas callejeros, tatuadores y sobre todo de quienes todavía viven de los recordados 60.
Luego de todo un día soleándonos, bebiendo cocteles espirituosos y degustando manjares marinos, intentando asimilar el estilo de vida californiano, nos tomamos la noche para continuar relajándonos. Sabíamos que los días siguientes serían un poco más agitados y agotadores, aunque superar la holgazanería vivida no supone un esfuerzo mayúsculo. Temprano por la mañana retomamos el poder del Camaro con una combinación de Beach Boys y Nirvana sonando de fondo, al mismo tiempo que dejamos entrar por las ventanillas el inconfundible aire de mar. Continuamos por la Pacific Coast Highway hasta llegar a Malibú en un recorrido sumamente atractivo, donde las playas, los surfistas y las mansiones dibujan una postal. Lo primero que nos llamó la atención fue el exclusivo club de playa Bel Air, no solo por su arquitectura colonial sino por los elegantes vehículos estacionados en su entrada. Metros más adelante una caseta indicaba que estábamos frente a la base de operaciones de los guardavidas, famosa por formar parte del escenario principal de la exitosa serie de los ´90 ¨Baywatch¨, y donde la juvenil y exuberante rubia Pamela Anderson construyó con su traje de baño rojo y su flotador naranja un estereotipo de femme fatal.
Nuestra siguiente parada fue en el pintoresco muelle de Malibú, que al contrario del de Santa Mónica solo posee unos cuantos bancos, una tienda de recuerdos y un tranquilo bar naturista, que según nos contó su propietario todas sus materias primas provienen de campos y granjas ecológicas y orgánicas, lo cual bastó para cobrarnos dieciocho dólares por dos jugos servidos en diminutos frascos de mermelada reciclados, más chicos que el que el vaso que nos servía el señor del buffer de la escuela primaria. Nos sentamos unos minutos a contemplar el mar, la playa y un par de niños con sus tablas que intentaban barrenar las olas, estirando sorbo a sorbo el contenido de nuestro néctar frutal.
Cerca del mediodía decidimos visitar el museo Getty Villa, una villa romana perfectamente imitada con magníficas vistas al océano Pacífico. El magnate del petróleo Jean Paul Getty, fue el fundador propietario de este museo que esta dedicado a las artes y las humanidades, exponiendo arte europeo y americano. Su interior está dividido en pabellones donde se exponen estatuas griegas y romanas, muebles, artes decorativas, fotografías y pinturas. Además de hermosos jardines, posee un anfiteatro, una tienda de recuerdos y una muy buena cafetería restaurante, ideal para almorzar.
Pasado el mediodía continuamos por la zigzagueante Pacific Coast con destino a Santa Bárbara. Llegamos luego de una hora de viaje y el pueblo nos recibió con sus enormes palmeras, hermosas playas y bellas edificaciones coloniales, legado de su fundación española de 1782 por Fray Junípero Serra con el nombre de Misión y Presidio de Santa Bábarba. Su calle principal, State St., es alegre y animada, con tiendas de recuerdos, indumentaria de lujo, cafés, bares de tapas y exclusivos restaurantes, todos sumergidos en un definido estilo colonial.
Sus playas son ideales para la práctica de deportes acuáticos o simplemente descansar bajo el sol rodeado de exuberantes palmeras. Su atractivo muelle Stearn´s Warf, es realmente bonito y muy agradable para dar un paseo y quedarse a picar algo en el Moby Dick de Stearns Wharf mientras disfruta de increíbles vistas de Santa Bárbara y la costa.
Si va con tiempo recomendamos visitar la antigua Misión con su iglesia y convento muy bien conservados. Allí se exponen objetos de aquella época y del antiguo Presidio, donde funcionaban los cuarteles militares.
Regresamos al centro para cenar y continuar viaje hasta la tranquila localidad de Lompoc ubicada a unos 90 km para pasar la noche, ya que nuestro paso por Santa Bárbara coincidió con las vacaciones de verano y resultó imposible conseguir alojamiento disponible.
Luego de un merecido descanso salimos temprano con destino a Monterey, tomamos nuevamente la carretera, que en este tramo se aleja unos metros del mar, para dejar a la vista un camino llano, austero y lleno de granjas agrícolas. Seguimos camino sin detenernos hasta San Simeón para conocer el Castillo Hearst, que se alza enclavado en la cima de la montaña. Una visita alucinante y no muy conocida. Esta magnífica mansión del magnate de la prensa William R. Hearst es hoy un fabuloso museo que puede llevar varias horas recorrerlo. (ver “Castillo de Hearst”, página 42).
A partir de aquí se despliega en todo su esplendor la parte más famosa de la Ruta 1, el bestseller de los viajes en auto, con los imponentes acantilados californianos que, entre curva y curva, se aparecen rodeados de bellos paisajes, desiertas playas y praderas bañadas por una suave bruma. Una travesía de 150 km que se vuelve cada vez más salvaje, que resultó ideal para disfrutar a pleno del bólido americano, dando rienda suelta a sus 405 CV provenientes de un inmenso V8 de 6.2 litros, una bestia que devoró los kilómetros de una ruta estrecha y sinuosa entonando heavy metal desde sus escapes. A medida que avanzamos los acantilados se transformaron en filosos paredones que caen al Pacífico ofreciendo vistas inmejorables, otorgándoles a este tramo entre San Simeón y Carmel, conocidos como Big Sur, el premio al más espectacular de todo el recorrido.
El paisaje costero y la sierra de Santa Lucía se eleva abruptamente desde el Océano Pacífico. Parques Nacionales, playas de ensueño y zonas de acampe hacen de Big Sur el lugar predilecto de escritores, artistas plásticos y nuevos hippies. A partir de aquí empezamos a divisar las primeras colonias de mamíferos más grandes de la zona, y paramos en uno de los tantos miradores que posee la carretera para poder contemplar las focas, nutrias, lobos y elefantes marinos que viven en completa libertad. Un espectáculo al que vale la pena dedicarle un buen tiempo. Además, dependiendo la época del año, se pueden divisar sobre las turbulentas aguas enormes ballenas y manadas de delfines.
Ciclistas, motoqueros, casas rodantes y alguna que otra Volkswagen Kombi transitaban el mismo camino. De pronto, sobre al costado derecho de la carretera una colorida casa de te y gasolinería indica que llegamos a Gorda, una parada obligada para estirar las piernas, tomar un rico te y cargar combustible luego de hacer uso en exceso del pie derecho.
Seguimos nuestro camino hacia el norte y nos adentramos en un de las áreas más protegidas del Pacífico, entre las que se destaca el Pfeiffer State Park con su idílica playa y su espléndida cascada. La carretera continúa hasta llegar al famoso y muy recomendado restaurante Nepenthe, no solo por su buena comida sino también por las vistas de la costa de Big Sur. Además, en esta zona boscosa se encuentra la casa donde vivió durante años el escritor Henry Miller, que legó su biblioteca personal a su gran amigo Emil White tras su muerte. Hoy su colección puede ser contemplada de manera gratuita en la casa “Henry Miller Memorial Library, Books, Music and Art Big Sur”, donde además se realizan eventos literarios, musicales y artísticos. Antes de llegar a Carmel divisamos el famoso y más alto puente del mundo con un solo arco llamado Bixby Creek, ícono de Big Sur y postal infaltable. Sobre ambos extremos sus miradores son parada obligada.
Recibimos el atardecer en Carmel By the Sea, una pequeña población elitista de estilo europeo situada por encima de una pintoresca playa de arena blanca, que además alberga una nutrida colonia de artistas famosos del cine y la televisión. Centro turístico por excelencia, no solo por sus playas sino por su variada actividad cultural, cuenta con exclusivas tiendas, galerías de arte, selectos restaurantes y hoteles de lujo situados en casas que parecen sacadas de los cuentos de los recordados hermanos Grimm. Mientras recorríamos su calle principal nos llamaron la atención varios negocios, entre ellos uno que parecía una coqueta despensa de quesos, bombones y chocolates pero que en realidad era una tienda de jabones con apariencia de alimentos; una galería de arte dedicada exclusivamente a pinturas relacionadas con el mundo del automovilismo deportivo, con magníficas obras sobre los íconos del deporte motor y algunos de los pasajes de la historia más importantes; o la gran cantidad de concesionarios de autos clásicos desparramados por todos lados que destilan joyas invaluables a la espera de su próximo dueño. Y es que este tipo de negocios, especialmente los dos últimos citados, toman relevancia cada año cuando lo mejor del coleccionismo mundial se dan cita en el prestigioso Concours d´Elegance de Pebble Beach.
El sol ya se había ocultado y el cansancio del viaje comenzó a hacerse notar. Cenamos en un pequeño restaurante de Carmel llamado Tree House Café, muy recomendable por cierto, y nos dirigimos a nuestro hotel ubicado en Salinas, una tranquila comunidad muy cercana a Monterey y a tan sólo 35 km de Carmel.
A la mañana siguiente, nos levantamos temprano y sin dudarlo nos fuimos directo a conocer Monterey. Fundada en 1770 fue la primera capital del estado de California. Desde sus comienzos fue una ciudad importante en la industria de pescado, pero con los años las fábricas cerraron y hoy se convirtieron en uno de los atractivos turísticos de Monterey.
Era domingo y la ciudad estaba llena de turistas, y aunque en Estados Unidos el Chevrolet Camaro es un vehículo más habitual que en nuestro país, su presencia siempre despierta admiración entre los transeúntes, sobretodo en los puristas que vivieron aquella edad dorada de los primeros muscle cars de la década del ´60. Estacionamos el auto en un parking municipal y nos dirigimos al muelle. En el camino nos encontramos con un festival italiano en su plaza principal, lo que agregó más color al lugar. Música, comida y hasta un campeonato de bochas alegraron el ambiente. Junto a esta plaza se encuentra el famoso Parque Histórico Estatal Monterey, donde visitamos el edificio de Custom House, una estructura de adobe de estilo mexicano que esgrime el título de ser el edificio de gobierno más antiguo de California, hoy convertido en museo histórico.
Pero el gran atractivo de la ciudad se concentra en el Fisherman´s Wharf o Puerto del Pescador, el lugar ideal para disfrutar de las vistas, sonidos y olores de Monterey. Este antiguo puerto pesquero se ha convertido en la actualidad en un concurrido punto de recreo. Coloridos restaurantes que sirven todo tipo de animales marinos (como diferentes tipos de pescados, almejas, langostas, cangrejos, etc…), tiendas de recuerdos, joyerías, galerías de arte y casas de dulces animan el lugar. El recorrido por el muelle termina en un mirador y observatorio de focas, elefantes y lobos marinos. Además desde aquí salen diariamente las embarcaciones para realizar avistajes de ballenas y delfines en su hábitat natural, con una amplia oferta de empresas que organizan este tipo de excursiones que pueden durar entre cuatro o cinco horas, por lo cual, si está dispuesto a hacerlo hay que tener en cuenta que puede consumir gran parte del día.
Desde allí se dibuja a lo largo de sus costas el paseo de la rambla, una agradable calle que conecta el muelle con la antigua avenida Ocean View, donde años atrás se encontraban las grandes fábricas de procesamiento de pescado, hoy conocida como Cannery Row en honor a John Steinbeck. Este escritor describe en su novela un pasado colorido relacionado a las fabricas de conservas de la época, y con ello esta zona logró convertirse en una atracción turística. Su antiguas fábricas y puentes albergan un mezcla ecléctica de almacenes, tiendas de recuerdos, elegantes hoteles, restaurantes y galerías de arte de artistas locales.
La calle desemboca en la atracción más famosa de la ciudad, el Acuario de la Bahía de Monterey, el cual se enfoca en la rica vida marina y que ha sido calificado entre los mejores acuarios del mundo. Situado en el antiguo edificio de la fábrica de conservas Old Hovden, alberga varias galerías con diferentes exhibiciones, restaurantes y tiendas de souvenir. Fue fundado en los años ´80 por la prestigiosa firma Hewlett Packard como centro de investigaciones oceanográficas que se dedican a analizar los cambios climáticos, la biología molecular y la bioluminiscencia, entre otras cosas.
En las distintas salas se exponen enormes estanques con gran variedad de peces, caballos de mar, mantarayas, nutrias, focas, pulpos y moluscos, además de exposiciones sobre la vida en las profundidades, la vida en la bahía y los animales marinos de la zona. Cabe destacar la sala de mar abierto, donde la iluminación es tenue y pueden observarse las variadas y coloridas medusas con movimientos hipnotizantes, o la exposición de algas marinas, que posee un amplio ventanal que deja ver un gran bosque submarino realmente hermoso, con algas y peces de todos los tamaños y colores. Si todo esto no es suficiente, los más aventureros pueden alimentar a los animales o practicar buceo.
Al salir, una pequeña tienda de comida ubicada justo frente al acuario nos llamó la atención. Decenas de personas salía de allí con un atractivo menúque no lográbamos descifrar. Se trataba de la típica Clam Chowder, una tradicional sopa espesa de almejas servida dentro de un pan redondo. Nos detuvimos a probarla y una fiesta marina se despertó en nuestro paladar. A medida que la tomábamos íbamos cortando trozos de pan inundados del aroma y el sabor de las almejas. Una experiencia áltamente recomendable solo comparable con mojar el pan en el tuco casero de la abuela. Un verdadero infaltable en un viaje por la Costa Oeste.
Antes de partir para San Francisco regresamos a Carmel, pero esta vez recorriendo la 17th Mile Drive (o “Seventeen Mile”), una hermosa carretera tarifada (se abonan 10 dólares de peaje) que ofrece lo mejor del litoral. Una especie de mini Big Sur arbolado, con turbulento oleaje, flora costera y los mejores campos de golf de toda California conocidos como Pebble Beach. La belleza de la región explica la abundancia de lujosas mansiones y selectos clubes de golf. En el trayecto pudimos ver algunos ciervos y la mayor reserva de Cipreses de la zona, incluido el The Lone Cypress, el árbol mas fotografiado de la zona.
Al atardecer decidimos que ya era hora de emprender el último tramo del viaje para llegar a la atractiva y alternativa ciudad de San Francisco, meta de nuestra gran aventura por la Costa Oeste, felices de haber disfrutado de dos verdaderos clásicos americanos: La Ruta 1 de California y el Chevrolet Camaro.