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Ciudad de México: México en la piel
TEXTO y FOTOS: Andrés Canet
Antiguamente, la Ciudad de México fue la cuna de la cultura Azteca y uno de los principales bastiones de la conquista española. Hoy es el centro industrial, financiero y de telecomunicaciones más importante de la nación. Sus industrias generan una cuarta parte de la riqueza de México, y su gente consume dos tercios de la energía del país. Con todo esto, no es de extrañar que sus ajetreadas calles, repletas de vehículos yendo en todas las direcciones posibles, sean una constante que no reconoce horas pico. El tránsito en la Ciudad de México es verdaderamente caótico y muy a menudo nos topamos con nombres de calles, barrios o plazas casi impronunciables. Difícilmente encuentre en otra ciudad de América Latina nombres tan difíciles de reproducir como un trabalenguas. Y si no me creen, intenten leer en vos alta los siguientes ejemplos de nombres de calles con los que se puede topar un turista cuando llega a México: Avenida Iztaccihuatl, Tlacotalplan, Huitlapexco o Alva de Ixtlilxóchitl. No pasará mucho tiempo hasta que necesite alguna indicación para llegar a destino, e intentar recordarlos puede ser en vano.
En segundo lugar llamó nuestra atención la vista de la ciudad, dificultada por una densa bruma. Parte de la Ciudad de México fue construida a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar en lo que antiguamente ha sido un gran lago, sobre un suelo blando y arcilloso. Esto, y la explotación de los acuíferos subterráneos explica por qué se está hundiendo. Algunos estudios demuestran que gran parte de la ciudad sufre una subsidencia de unos diez centímetros cada año. Si lo comparamos con Venecia, que sólo desciende unos escasos dos milímetros en el mismo período, podremos notar la gravedad del asunto. Estas condiciones provocan que la ciudad se comporte como una olla, impidiendo la buena circulación del aire, y por ende que se disipe la bruma que señalamos. Y éste no es el único inconveniente que esto genera.
En nuestro recorrido por las calles del centro pudimos apreciar este notorio fenómeno en las edificaciones más antiguas. En el Zócalo, la plaza principal de la Ciudad de México donde ondea una gigantesca bandera nacional, se encuentran tal vez los más claros ejemplos de ello. La Catedral Metropolitana, además de una belleza sin igual, muestra una impactante inclinación lateral y un hundimiento tal que nos ha sorprendido. Al ingresar en ella, la primera sensación fue de mareo total, como si nos hubiésemos tomado varias Coronas. Una vez que nos acostumbramos a caminar “de lado” nos dedicamos a disfrutar de su imponente construcción. Iniciada en 1534, demoró casi tres siglos finalizar la obra (1813), conjugando estilos de las diferentes épocas como el neoclásico, barroco y churrigueresco. Es uno de los mayores centros de culto de la religión católica y sede de la Arquidiócesis Primada de México. Su valor no sólo es religioso, sino arquitectónico y artístico por ser la suma del arte virreinal y colonial. Destaca en su interior el retablo del altar mayor o Altar de los Reyes, su enorme órgano y el Altar del Perdón con su famoso Cristo negro o “Señor del Veneno”. A la salida, una maraña de candados descansa sobre una reja de hierro que la gente deja en reverencia a San Ramón Nonato, santo protector de las mujeres embarazadas, pero también protector contra chismes, murmuraciones y falsos testimonios. Según cuenta la historia (o leyenda), éste rescató a prisioneros cristianos en manos de los Moros, en el norte de África. En represalia, estos últimos lo mantuvieron cautivo y cerraron su boca con un candado que sólo abrían para alimentarlo. Contiguo a la Catedral Metropolitana se encuentra el Sagrario Metropolitano, una construcción anexa construida entre 1749 y 1768 obra del arquitecto andaluz Lorenzo Rodríguez. De estilo barroco estípite en su exterior y neoclásico en el interior, su fachada fue elaborada en tezontle rojo y cantera blanca.
Justo detrás de sendos edificios se halla una de las zonas arqueológicas más importante de la Ciudad de México: el Templo Mayor de Tenochtitlan, tal vez el hallazgo más importante, el cual dio inicio al estudio sobre la cultura mexicana. Allí se veneraban dos divinidades: a Huitzilopochtli, dios solar de la guerra y patrón de los mexicas, y a Tlaloc, dios de la lluvia vinculado de manera directa con la agricultura. Completan los alrededores de la plaza el antiguo Palacio Virreinal (hoy llamado Palacio Nacional), el Portal de Mercaderes donde se instalaron decenas de comercios, y el antiguo Palacio del Ayuntamiento.
Continuando con nuestro recorrido por el centro caminamos unas pocas cuadras hasta el Palacio de Bellas Artes, ubicado en la Alameda Central, una plaza de árboles centenarios (la más antigua de América) que sirve de pulmón para los capitalinos. De estilo art nouveau en su exterior y art decó por dentro, es sin dudas el recinto cultural más importante de la ciudad, en cuyo escenario se han destacado artistas nacionales e internacionales de fama mundial. En sus alrededores, la gente utiliza la plaza como sitio de relajación mientras disfruta de la tranquilidad que ofrece este espacio céntrico, el cual presenta entre otras obras una réplica del mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda (el original se aloja en el Museo Mural Diego Rivera a pocos metros de allí) del reconocido artista mexicano.
Desde este punto decidimos tomar el bus que nos llevaría hasta el Monumento de la Independencia, o más conocido como el “Ángel de la Independencia”, sobre el elegante Paseo de la Reforma. La distancia no era muy larga, pero nuestra pasión por caminar se estaba agotando a causa del intenso calor. La recompensa fue generosa, pues se trata de la zona más pintoresca de la ciudad. Aquí se aglomeran las tiendas más refinadas, hoteles de lujo, edificios de oficina espejados, gran cantidad de restaurantes y bares, todos bajo la fresca sombra de cientos de árboles que embellecen aún más el entorno.
Caminando a lo largo de la avenida llegamos al Bosque de Chapultepec, el área verde más extensa de la ciudad (686 hectáreas). En él encontrarán el sitio ideal para realizar actividades al aire libre, caminar alrededor de sus dos lagos (Mayor y Menor), comprar chucherías en sus decenas de carritos ambulantes, visitar alguno de sus museos, recorrer el jardín botánico o el zoológico, o animarse a probar platillos rápidos en la Plaza de la Comida. Pero sin duda la atracción mayor es el Castillo de Chapultepec, ubicado en lo alto del pequeño cerro homónimo. Con exquisitas vistas panorámicas a la ciudad, este sitio cargado de historia ha sido por siglos el lugar predilecto por los mandatarios para su recreación. Incluso ha servido como residencia oficial en tiempos lejanos. Hoy se ha convertido en el Museo Nacional de Historia y en él se exhiben colecciones de arte y numismática, carruajes, artefactos militares y documentos históricos entre otras cosas. Cada sala o habitación expone gran parte del mobiliario original, encargado específicamente a fabricantes europeos con el propósito de otorgarle un ambiente similar a los castillos del viejo continente. En sus terrazas, a las que llegamos subiendo una imponente escalera de exquisito mármol blanco, floridos jardines reciben a los visitantes. Durante nuestro recorrido, pudimos presenciar el meticuloso trabajo de jardinería llevado a cabo por dos hombres con una paciencia china. Con pequeñas tijeras y guiados por hilos, podaban a mano cada centímetro de ligustrina y cuidaban de las coloridas flores. Desde aquí arriba se puede apreciar con sarcástica claridad la espesa bruma que cubre la ciudad, la cual reduce drásticamente el alcance del ojo humano.
Al descender nos dedicamos a recorrer la zona más chic de la ciudad, donde las marcas exclusivas como Ermenegildo Zegna, Chanel y Omega, entre otras, captan la atención de los adinerados consumidores. El barrio de Polanco, a lo largo de la avenida Masaryk, es el más trendy y fashionista, con cientos de tiendas de lujo, bares, casas de decoración y galerías de arte para perderse en un frenesí de consumo.
Bien es sabido que el pueblo mexicano es muy religioso y practicante, y por ello tomamos nuestro auto, un soberbio BMW X5 M, y nos dirigimos hacia el Santuario de la Virgen Santa María de Guadalupe, uno de los sitios sagrados más relevantes de América Latina. Con más de cuarenta millones de feligreses que la visitan cada año, es el segundo santuario católico más visitado del mundo detrás de la Basílica de San Pedro (el Vaticano). A ella se accede a través de un puente peatonal, de frente a la antigua basílica, que presenta una fachada para el asombro. La misma fue diseñada por el arquitecto Pedro de Arrieta y terminada hacia 1709, y al igual que otros grandes y pesados edificios, sufre el colapso del suelo y evidencia un notorio hundimiento que pone en peligro su conservación. De todos modos se puede ingresar y experimentar la sensación de caminar dentro de un edificio en desnivel. Sólo por resaltar la extrema belleza de su interior es necesario destacar algunos de sus puntos más fuertes como lo es su imponente altura y la pintura de su cúpula, el monumental órgano del coro, los enormes lienzos de sus paredes y por supuesto, el altar mayor. Pero quedó extremadamente chica, y para ofrecer un mayor espacio de veneración a la virgen, se levantó junto a ella en 1976 la nueva Basílica de Guadalupe. Su enorme arquitectura circular sin columnas en su interior posee siete accesos al frente que permiten el ingreso de los fieles de un modo más eficiente. Hacia el otro lado de la antigua basílica se encuentra la Parroquia de Santa María de Guadalupe, un ex convento del siglo XVIII de las religiosas Capuchinas. Como es de esperar, en sus alrededores existen innumerables santerías y comercios donde adquirir objetos religiosos puede convertirse en una verdadera odisea.
La Ciudad de México es una de las más grandes del mundo. Su crecimiento ha hecho que las distancias que una persona debe recorrer sean cada vez más largas. Movilizarse en auto no es ni por asomo la primera opción a tomar, pero llegar en el transporte público hasta sitios como Xochimilco tampoco es muy recomendable. Desde el centro hasta el mercado hay unos escasos 25 km, y conducir a través de ellos puede demorar más de una hora. Pero el periplo bien vale la pena. Allí se encuentra uno de los mercados más importantes de la capital mexicana, con numerosos puestos que venden desde comida, deliciosas y coloridas frutas, flores, juguetes y algunas artesanías. El mejor horario para ir es alrededor del mediodía, cuando la gente de la zona llega para almorzar sus crujientes tacos, suaves quesadillas, “picosos” guisados o “calientitas” pancitas. Pero sin duda el platillo más tradicional del mercado, y que difícilmente puedan encontrarlo en otro lugar, son los tamalitos de charales; bocadillos de maíz con pescados de lago secados al sol y sazonados con sal. En ese momento un desfile de personas, entre turistas y lugareños, se adentran en sus pasillos. Algunos solo buscan tomar una buena foto, mientras que otros como nosotros nos sentamos unos minutos para saborear algunas de estas tradicionales delicias. Frente a nuestro plato, una basta hilera de salsas y condimentos puso en alerta nuestros sentidos. Tomamos una de color verde que parecía bastante amigable y le pusimos a nuestras tres tortillas de arrachera. Les aseguro que guiarse por el color para adivinar el nivel de picante es un error, y al probarlas nos quedamos de inmediato sin poder hablar. Lo peor de todo es que ya habíamos condimentado el resto, pero como somos personas valientes continuamos con nuestro almuerzo con lágrimas en los ojos, no precisamente de tristeza.
Luego de comprar varias botellitas de agua para apagar el incendio, nos fuimos a conocer la mayor atracción de la zona: las coloridas trajineras. Se trata de unas embarcaciones largas de madera y de fondo plano muy coloridas, impulsadas por una pértiga o garrocha apoyada sobre el lecho del canal, similar al método que utilizan los gondoleros en Venecia. En su interior cuenta con una gran mesa rectangular donde la gente se reúne para comer mientras las pasean por la antigua red de canales de Xochimilco, acompañados de los tradicionales mariachis y sus boleros. Si bien hay varios embarcaderos, un lugareño nos recomendó visitar el Nuevo Nativitas, el más grande y colorido de todos.
En Xochimilco no todo es comida y trajineras, también se encuentran los mejores mercados de plantas y flores, entre los que destacamos el Mercado de plantas Cuemanco, el más importante de Latinoamérica; el Mercado Madre Selva, con flores exóticas; y otros también tradicionales como el Palacio de la Flor y el Mercado de flores y plantas de Acuexcomátl.
Como toda gran metrópolis, la Ciudad de México ofrece un sinfín de opciones para disfrutar y pasarla “padrísimo”. Su cultura y su gastronomía son los motivos principales para decidir visitarla, pero el calor de su gente es la excusa perfecta para desear quedarse.•