Otras
El más cuerdo de todos
Un día como hoy del año 2000 y luego de ayudar a su hijo Marcos a conseguir la pole position en el Top Race en La Pampa, voló a la eternidad, tal vez presurosamente y sin descanso para terminar de ensamblar su pasión, un auto de carreras para volver cuanto antes al ruedo.
Rubén Luis Di Palma, "el Loco", apodo que se ganó en su Arrecifes natal, producto de las muchas fechorías que hacía en su juventud, no comía vidrios, tal como decía su vecino y amigo Carlos Pairetti.
Al escribir este recuerdo sinceramente siento que Luis está entre nosostros, que nunca se fue.
Hablar de Di Palma es hablar de automovilismo, es hablar de la máxima expresión de un ser humano por una pasión, es repasar la historia misma del deporte motor en la Argentina.
Recuerdo como si fuera hoy mi primer reportaje al ídolo de mi infancia, aquel que había visto ganar en el semipermanente de 25 de Mayo en 1971, con el Torino que a la postre le diera el título del TC. Yo tenía por entonces 10 años, pero 13 más tarde lo encaré en el autódromo capitalino con grabador en mano, luego de que su Dodge 1500 de TC2000 ingresara a boxes envuelto en una cortina de humo y lleno de aceite.
- Luis que fue lo que te pasó?, le pregunté temerosamente, a lo que "Melena", como lo llamaba Miguel Angel De Guidi, respondió socarronamente: "Me quedé sin limpiaparabrisas....
Esa fue la primera de las tantas entrevistas que le hice y siempre salía con algo ocurrente.
Muchos años después, viajando para una carrera, pasamos por Arrecifes, tipo 6 de la mañana. En su taller de la ruta 8 había luz y se nos ocurrió entrar.
La radio a fondo y una amoladora que sacaba chispas dentro del vano motor del Torino de Supercart que estaba sin puertas, sin ruedas y sin motor. En sus entrañas estaba el genial Luis que al subirse las antiparras nos saludó cordialmente. "Hace dos horas que estoy aca, es que yo me acuesto y me levanto temprano, así puedo trabajar tranquilo sin que nadie me rompa la bolas, pero ustedes madrugaron", dijo con una sonrisa mientras nos mostraba el auto que, según dijo, en un rato iba a probar. Por supuesto nos miramos y pensamos que nos estaba tomando el pelo.
Hizo un alto en su trabajo, nos invitó a desayunar y nos contó lindas histórias como siempre lo hacía con la espontaneidad típica de los genios.
Nosotros partimos hacia Río Cuarto y él de vuelta al taller. Efectivamente su promesa se cumplió, ya que cuando pasado el mediodía llegaron al circuito cordobés nuestros compañeros, contaron que "el loco" los había despeinado con su Torino en la ruta 8. Increíble, lo había armado en un rato.
Ese era el querido Luis, el único que unificaba hinchadas, el único que recibía la ovación cuando salía a pista de todos los simpatizantes cualquiera fuera la marca.
El colega Rúl Gattelec lo graficaba tal cual era: "Luis era un alumno poco aplicado, un pibe que le gustaban más los karting, las motos, los autos que la pelota. Era el desparpajo mismo, frente a la seriedad de sus colegas en aquel TC de las rutas y los caminos de tierra. Di Palma es un Torino dibujado en Nürburgring, el Berta LR, el avión pasando por debajo del puente del río Arrecifes, el karting entre el camión y el acoplado, el helicóptero para uso solidario, un artesano capaz de construir un auto en 40 días, un caminante que siempre tuvo prisa. Luis fue amigo del éxito pero jamás lo achicó el fracaso".
El loco era simple, natural, único, ídolo sin proponérselo, frontal y auténtico.
Recuerdo haberle preguntado en una nota porqué pintó de celeste pálido aquel Torino con el cual intentó volver en el '95 al TC, a lo que respondió: "Eran las dos únicas latas de pintura que tenía en el taller, las mezclé y salió el celestito, después de todo ¿no esta tan feo, no?".
Y así podría contar muchas anécdotas del inolvidable Luis Di Palma, junto a su amigo y compinche Juan María Traverso, los dos últimos ídolos del automovilismo sin ningun tipo de dudas.
El Loco era el más cuerdo de todos, era un pibe grande, aquel que se dió el gusto de correr con sus hijos, de ser un abuelo que contagió a sus nietos con la pasión de la velocidad, una marca imborrable, es la "cuna de Campeones", es una categoría, pero fue patrimonio de todos los argentinos.
Gracias Luis por estar presente en mi infancia, por sufrir y festejar cuando ganabas, por estar permanentemente en mi recuerdo cada vez que se pone en marcha un motor de competición y porque cada vez que grito "verde que te quiero verde", me acuerdo de vos y te extraño.