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VOLVER A LA ESENCIA, SIN COBARDÍA

El automovilismo necesita transmitir adrenalina, como la que se generó en El Zonda, un circuito casi olvidado por la actividad nacional, como tantos otros que son propicios para regresar a las fuentes de la disciplina.
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Se agitó la bandera de cuadros y la adrenalina dominó el lugar. Fue una liberación de energía contenida durante un fin de semana que se vivió con los dientes apretados, la mirada adusta, la tensa calma casi con la respiración contenida como si ello ayudara a mantener la normalidad. Eso es El Zonda. Un sitio único, en el que todos, absolutamente, saben los riegos que se corren. Los propios pilotos, que son los verdaderos protagonistas de cada contienda. Y el público, que presencia un espectáculo con ese ingrediente que se destaca con mayor énfasis que en el resto de los escenarios.

El automovilismo es un deporte de riesgo. Y esa característica es la que sostiene a la actividad. Para desfiles y exhibiciones están las conmemoraciones y homenajes. La gente pide acción. Para eso paga una entrada. Quiere involucrarse con la disciplina y advertir la excitación que se despierta desde la pista.

En definitiva, es la esencia del deporte. Que un gol empuje a un hincha a saltar de festejo, que un golpe de knock out invite a simular el cross a quien lo alienta desde el ring side o un try descargue la furia desde la tribuna.

El automovilismo perdió el rumbo en los últimos tiempos. Las competencias no suelen transmitir esa energía que hizo de los grandes pilotos verdaderos ídolos populares. Eran ellos los que lograban épicas aventuras que provocaban la admiración generalizada. ¿Quién se animaba a acelerar como los Fangio, los Gálvez, los Froilán? Hacer volar esos aparatosos vehículos por caminos incipientes. O medirse y ganar en las pistas más emblemáticas.

Agustín Canapino confesó que le costaba hablar tras la carrera del Top Race V6 por la adrenalina de una competencia fantástica, la mejor del año. El múltiple campeón admitía que había vivido esa carrera con una tensión singular. Y eso que sintió uno de los grandes pilotos del automovilismo nacional de la actualidad se extendió al resto de sus competidores.

Maniobras ajustadas en sectores comprometidos. Mucho talento por parte de la mayoría para definir en milésimas de segundo entre ganar una posición o sufrir el golpe que siempre está latente. Muchísimos sobrepasos y el tremendo accidente sufrido por Bruno Etman el sábado por la mañana seguramente en la mente de todos. Los que tenían calzado el casco y quienes se treparon a la montaña para observar un escenario inigualable por su belleza natural y por todo esto que se contagia desde el asfalto.

El Zonda había quedado olvidado por un automovilismo que, en general, orienta la brújula en función de ofertas gubernamentales por encima de elecciones propias. Hay clásicos olvidados que despiertan el verdadero interés por esta actividad. Rafaela, Nueve de Julio, Buenos Aires… El sistema perverso margina a estos escenarios, entre otros, para dar lugar a circuitos construidos por la coyuntura política y económica. A tal punto que a un puñado de kilómetros de El Zonda, que casi mágicamente encierra ese aura construido por la tradición, la historia y la representación del automovilismo en su estado natural, se proyecta otro circuito. Como si no se aprendiera más de los reiterados errores de este deporte.

Hace pocos días el ex campeón Jacques Villeneuve criticó a la Fórmula 1 tras la largada con auto de seguridad sobre la pista húmeda de Silverstone. “Si quieres excitar a los fans necesitamos héroes, ídolos a quien parecerse y querer copiar”, comentó el canadiense, que puntualmente sobre aquella situación agregó: “Sólo se ve a pilotos que ganan millones, pero que son cobardes, escondiéndose detrás del auto de seguridad. Lo que hace a un piloto tan especial, no lo están haciendo”.

Nadie dice que en otras pistas los protagonistas no se juegan. En absoluto. Pero es en estos sitios tan particulares donde ese esfuerzo y exposición se transmiten a los espectadores o a los que deciden encender el televisor para destinar su tiempo a vibrar con una competencia, siempre con la seguridad como tarea primaria y evolutiva.

Si el automovilismo no es para cobardes, pues entonces habría que tomar decisiones acordes. La visita del TRV6 a San Juan fue una muestra de ello. Ojalá sea una tendencia.

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