Opinión
Top Race: la definición perfecta
El Top Race vivió una definición soñada este fin de semana. La ideal. De las que no se dan muy seguido en el automovilismo. Con sus tres candidatos al título peleando la última carrera del campeonato mano a mano en las tres primeras posiciones. Con suspenso y dramatismo. Desde que se apagó el semáforo, hasta la mismísima bandera a cuadros. Una auténtica final.
El sistema de descarte lo hizo sufrir de más a Matías Rossi, quien fue el gran dominador del certamen. Y la exclusión en la fecha 7, en Concepción del Uruguay, por el toque con Franco Girolami en el inicio, empeoró las cosas. Con el resultado de la carrera del último sábado en el Autódromo de Buenos Aires, Rossi hubiera llegado al día siguiente con 24 puntos de diferencia sobre Diego Azar y con 35 con respecto a Girolami, con 27 puntos en juego.
Lo que hubiera sido apenas un trámite para el Toyota Gazoo Racing Argentina en un campeonato convencional, terminó en un suplicio. Rossi sacó de la galera una vuelta mágica en la clasificación. 0s044 (44 milésimas!!!) fueron la clave de la décima corona del “Misil”. Era ahí. En ese momento que duraría poco más de 1m23s, y que pondría en juego el título para los tres. Y Rossi lo hizo.
Se sabía que el Camry oficial podía dar batalla en una vuelta rápida, pero en carrera su ritmo era inferior al de los autos de sus rivales. Esa “vuelta perfecta”, como el propio bicampeón del Top Race la definió, le permitía largar adelante y sumar un punto más. Para Girolami fue un puñal. Necesitaba ese punto. Quedaba a 11 unidades del líder. Y Azar a 3.
Había electricidad en el ambiente. El clima tenso se sentía. El sábado había sido caliente por una maniobra de Girolami que enfureció a Rossi en la Carrera 1. Hubo cruces verbales fuertes en el podio. Envueltos en ese clima se definía el título. En la largada, Girolami fue más Girolami que nunca. El intento en la primera curva, detuvo los corazones y cerró las gargantas.
Es una característica del piloto de Isla Verde, que siempre hace un intento agresivo en la primera vuelta. Por poco, no terminaron los dos desparramados. Rossi se lo recriminó con su mano por fuera de la ventanilla. Girolami fue con determinación y asumiendo un riesgo elevado y válido, que no salió ni bien ni mal.
Alto voltaje. Que nunca bajó. Girolami apretaba, Rossi se defendía y Azar esperaba. Una carrera estratégica y de dientes apretados. Al milímetro. Sin treguas desde principio a fin. La curva 1 era el lugar más crítico para Rossi, que supo neutralizarlo en varias oportunidades. Aunque a menos de diez minutos del final, no pudo detener más al ex campeón del Top Race que hizo una excelente maniobra para pasar a la punta y agregar suspenso.
El ritmo del Toyota decaía vuelta tras vuelta. Azar lo ponía contra las cuerdas. Si lo superaba, los tres quedaban empatados en 172 puntos. Rossi igual era campeón en el desempate por acumular cuatro triunfos. Aunque si eso sucedía, era evidente que Girolami le cedería la victoria a su compañero de equipo para que festejara el título. Fueron cuatro vueltas para el infarto. Con rezagados del Top Race Series que aparecían en los lugares más complejos del circuito 8.
Alerta a la situación, Girolami miraba por los espejos el desenlace. Los esperó hasta la meta. Pero Rossi se defendió a lo Rossi. Y Azar lo peleó hasta el último frenaje en la Horquilla con fiereza, pero con la lealtad de los grandes. Con llantos y el pecho inflado asumió la derrota, frente a uno de los mejores pilotos del país, en un año bisagra en su carrera deportiva.
Un verdadero lujo lo que entregaron estos tres pilotos en un cierre de campeonato para el recuerdo. Como acostumbra el Top Race a entregar. Una definición que se quedará guardada en la memoria de los fanáticos que saben apreciar el buen automovilismo. Como aquella definición polémica mano a mano entre Agustín Canapino y José María “Pechito” López, en 2013, en Centenario. O los calientes desenlaces del 2016 y 2017 entre Canapino y Mariano Altuna, en Salta y Paraná, respectivamente. O la apretada consagración del propio Franco Girolami, en 2018, en Río Cuarto.
El Top Race necesitaba una jornada como esta. Para recuperar la memoria. De propios y extraños. Para sacar a relucir la esencia de una categoría extraordinaria. Que fue maltratada desde su gestión. Y que se está poniendo de pie, para volver a brillar como en sus tiempos de esplendor.